El impacto negativo del consumo de productos ultraprocesados no se limita al cuerpo humano. También arrastra graves consecuencias para el medio ambiente. Así lo advierte Ericka Charles, especialista en ecología y propietaria de un negocio dedicado a la venta de productos naturales y sostenibles en Nuevo León.
Según la experta, modificar los hábitos de consumo no solo es una medida urgente para preservar la salud, sino una herramienta real de resistencia frente a las prácticas nocivas de grandes corporaciones que operan con escasa regulación ambiental y social. Su mensaje es claro: el consumo responsable puede ser una forma de defensa activa tanto de nuestra salud como del planeta.
Desde su experiencia como empresaria local y activista ecológica, Ericka comparte reflexiones críticas sobre cómo se construye la narrativa de responsabilidad ambiental en la sociedad y qué papel juegan realmente las empresas transnacionales en la crisis ecológica que enfrentamos.
El verdadero peso de la industria
En un contexto donde el plástico y los residuos son señalados como amenazas prioritarias, Charles aclara que el problema no es únicamente el ciudadano que se lleva una bolsa desechable del supermercado, sino el modelo de producción en manos de las grandes corporaciones.
“Hay una tendencia a responsabilizar al consumidor individual por los males ambientales. Se le exige que deje de usar popotes o cambie sus bolsas, pero se deja en segundo plano el impacto desproporcionado de empresas multinacionales que destruyen recursos naturales a gran escala”, afirma.
Para Charles, culpar exclusivamente al ciudadano distrae de los actores que realmente concentran el poder de decisión sobre el uso de los recursos del planeta. Es una forma, dice, de diluir la responsabilidad política y económica en la que se sustentan los modelos extractivistas que dominan el mercado.
Uno de los ejemplos más visibles, asegura, es la extracción desmedida de agua por parte de fábricas y plantas procesadoras en el estado. “Resulta insultante que mientras muchas colonias en la zona metropolitana de Monterrey se quedan sin agua durante días, algunas industrias sigan operando sin restricciones”, señala.
En su análisis, los productos ultraprocesados están directamente ligados a esta estructura: requieren grandes volúmenes de recursos naturales y generan residuos difíciles de manejar. Sin embargo, siguen ocupando las estanterías con promesas de comodidad, precio bajo y disponibilidad inmediata.
Cambiar el consumo para cambiar el sistema
Aunque reconoce que es importante que las personas adopten prácticas sostenibles en su vida diaria, Ericka Charles insiste en que el cambio de fondo debe venir de una transformación en la lógica de consumo. Dejar de apoyar con el dinero a las grandes marcas que dañan el entorno es, para ella, una forma efectiva de romper la cadena.
“No basta con reciclar si seguimos comprando productos fabricados con prácticas destructivas. Lo más poderoso que podemos hacer como consumidores es dejar de demandar lo que no queremos que exista”, afirma.
Según su experiencia, muchas personas comienzan su transición hacia el consumo natural por recomendaciones médicas. “La mayoría de quienes llegan a mi tienda lo hacen porque un médico les ha dicho que cambien su alimentación. Primero lo hacen por salud, y luego descubren que también están beneficiando al planeta”, explica.
Además, desmonta un argumento común que suele usarse para justificar el predominio de la industria alimentaria: el supuesto de que los campesinos no podrían alimentar a toda la población. “Claro que pueden. Pero si les quitamos el respaldo económico a las transnacionales, el campo vuelve a tomar fuerza. Hay muchas manos listas para trabajar la tierra si se les da la oportunidad”.
Charles también recuerda que el modelo actual no solo afecta la salud y el ambiente, sino también los vínculos comunitarios. “Comprar en el mercado, en lo local, en lo que viene directo del productor, nos conecta de nuevo con otros. Nos hace parte de algo más grande que una transacción rápida”, dice.
Naturaleza en alerta: lo que ya no vuelve
Uno de los efectos visibles del daño ecológico ya está afectando la disponibilidad de alimentos silvestres. Charles menciona el caso de los garambullos, una fruta originaria del altiplano mexicano que usualmente se recolecta en abril. Este año, simplemente no llegaron.
“Es una fruta que no se cultiva, crece en el monte. Los compañeros van al cerro, la recogen y la traen. Pero ahora, en este mes de abril, no ha habido nada. ¿Por qué? Porque hubo incendios en los cerros de San Luis. La cadena está rota”, lamenta.
Este hecho ilustra cómo los efectos de los incendios, la sequía y el mal manejo ambiental no son abstractos, sino que repercuten de forma directa en la alimentación de la población. La pérdida de especies nativas, la disminución de la biodiversidad y el desequilibrio en los ecosistemas afectan incluso a quienes viven en las ciudades.
La especialista remarca que estos eventos no son ajenos a la vida cotidiana de las personas, aunque a veces no se perciban como parte de un mismo problema. “La gente se pregunta: ‘¿y eso a mí en qué me afecta?’ Pues en todo. Somos una cadena. Si se rompe un eslabón en el campo, repercute en lo que tenemos en la mesa. Y eso ya está ocurriendo”, advierte.
Ericka Charles considera que es urgente repensar la relación que las personas tenemos con lo que comemos, cómo se produce y a quién beneficia. “La sostenibilidad no es una moda, es una necesidad de supervivencia colectiva”, concluye.
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